Héctor Ramírez. Esfera de Agua

Por: Susana Benko

El cinetismo en Venezuela es más que una huella en la memoria. Pervive porque es una manera de entender el arte como continua renovación ya que el artista explora en las posibilidades infinitas a los que puede llegar a partir de los elementos expresivos más puros y esenciales: la línea, la forma, el color, la luz, el movimiento, la transformación. Por eso el artista, que asume esta línea de acción, siempre investiga porque encuentra en la obra de arte la concreción de un hecho inusitado, cambiante y sorpresivo, para él y para el espectador.

El cinetismo, por otra parte, no es un movimiento homogéneo. Cada uno de sus exponentes ha definido su campo de interés específico, lo que ha determinado resultados diversos: en Soto, por ejemplo, el tiempo y la inmaterialidad; en Cruz-Diez la inestabilidad perceptual del espectador a través del color. Otros artistas han centrado su atención en la transformación de la obra a través de su manipulación manual o con intervención de un motor. Y actualmente, a una década del siglo XXI, las posibilidades creativas del cinetismo siguen vigentes como es palpable en la exposición que presentamos hoy: Esfera de agua de Héctor Ramírez.

En efecto, Ramírez asume el riesgo de retomar algunos elementos que son esenciales en una obra cinética: por un lado, la sistematización de la línea seriada y tramada como elemento principal y protagónico de su obra y por la otra, su capacidad de transformación por medio de vibraciones ópticas. Con ese sólo elemento demuestra que la invención no tiene límite. La obra tiene siempre algo que decir y, en particular la suya, porque Ramírez agrega varios elementos más: una misma pieza tiene la virtud de mostrarse distinta según cómo nos movamos frente a ella y porque su percepción difiere de un espectador a otro. No en vano, él insiste en señalar que, en el fondo, quien anima la pieza y la moviliza es el espectador.

Ahora bien: todo parte de una gota de agua. El agua en sí es informe pero la gota es una manera de representarlo, de figurarlo. La gota fija un estado momentáneo del agua. Pero ese estado dura un instante, pues el agua se mueve, cambia, se transforma. Así son las esferas que Héctor Ramírez sugiere: son cambiantes, vibrátiles, flexibles, proliferantes. Este es, a nuestro criterio, un elemento distintivo de su cinetismo, pues crea una imagen que vibra a nuestra vista por la estructuración reiterada de líneas, y a la vez propicia la ilusión de su transformación cuando una esfera parece desdoblarse en dos –o en varias– a partir de nuestro desplazamiento al movernos de un lado a otro frente a la obra. Este punto de visión variable genera nuevos estados de la imagen.

Cada uno de estos estados muestra una faceta distinta de la esfera: como fragmentaciones, ondas o desdoblamientos de la misma imagen, entre otras. Ramírez lo explica al concebir la obra como un campo de energía, cuando: “un planeta absorbe a otro o cuando se expande por medio del calor del otro”. Lo cierto es que ninguna de estas esferas es estática: retinalmente se mueven porque nosotros nos movemos y la transformamos. Todo está en nuestra mirada y se activa a partir de la experiencia. Así, la imagen crea resonancias.

La transformación como tal es más que un efecto de moirée. Ramírez la logra superponiendo dos láminas de acrílico –cada una con una determinada composición lineal–, estampadas mediante la técnica serigráfica. Sin embargo, la esfera como tal no existe. Existen relaciones de líneas que, según su cambio de dirección y densidad (cercanía o distancia en el tramado) generan ilusión de volumen. Hay una relación de luz y sombra que produce este efecto. Sin embargo, ello queda en el ámbito de lo ficticio porque no existe un claroscuro sino una interrelación de líneas, sucesiva y sistemática. La superposición de láminas tramadas y sus variaciones direccionales son las que inducen a ver estas esferas ilusorias que vibran ante nosotros como impresiones visuales. Éstas se convierten en sueños o ilusiones que se transforman con la misma sutileza que las gotas de agua.

Susana Benko
Miembro Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA)
Investigadora de Arte y Museólogo

Texto de Lieska Husband de Hernández

Héctor Ramírez y su Esfera de Agua

El movimiento, la percepción y la ilusión, son elementos implícitos en la obra de Héctor Ramírez, quien desde el pasado domingo 19 de abril, está exponiendo su trabajo en los espacios de BEATRIZ GIL galería (antes Galería Artepuy), en Caracas. El artista, que por más de una década estuvo bajo la dirección del maestro Carlos Cruz-Diez, ha sabido construir su propio espacio desde los elementos primigenios de una obra cinética: la línea seriada, en trama y las vibraciones ópticas.

Así como en anteriores oportunidades Ramírez se hacía eco de la luz y su ausencia, en esta ocasión la gota como estado momentáneo del agua -en palabras de la crítica de arte Susana Benko-, es el punto de partida de una investigación acuciosa por parte del artista, quien ha ido creando hábilmente estos volúmenes esféricos, partiendo de la interrelación de líneas seriadas en planos acrílicos superpuestos, que imprimen vibración y movimiento. Ramírez, da vida a cuerpos que se van desdoblando y fragmentando y que existen en tanto que imagen ilusoria, ya que se construyen a partir de la geometrización de estos planos interpuestos en habilidosa trama, generándose así estos volúmenes, por el desplazamiento del espectador frente a la obra. Éste pasa a ser parte integrante de aquella, al enfrentarse a través de su propia experiencia estética, al desequilibrio e inestabilidad propios del movimiento y la vibración de estos cuerpos acuíferos, en una suerte de relación lúdica entre obra y espectador. Susana Benko comenta al respecto: una misma pieza tiene la virtud de mostrarse distinta según cómo nos movamos frente a ella y porque su percepción difiere de un espectador a otro.

Lieska Husband de Hernández

Obras en exposición