Javier Garcerá España, 1967
Una obra tiene que ser tangible
Javier Garcerá (Puerto de Sagunto, Valencia) es un artista y catedrático de Pintura en la Universidad de Málaga cuya práctica reciente se caracteriza por una investigación paciente y minuciosa, donde el tiempo se convierte en un elemento tan importante como la materia. Él mismo lo expresa con claridad:
«Desconfío de los artistas que no tienen tiempo para la demora... Si soy artista es porque esta actividad me permite contar con tiempo para lo que yo deseo. Y a eso le doy gran trascendencia.»Su último cuerpo de obra, que incluye la serie “Y también pasará” (2022) y piezas como “83 centímetros”, profundiza en una exploración sobre la impermanencia, la percepción y la tensión entre lo visible y lo oculto. Las superficies monocromas —frecuentemente sobre seda— ocultan fondos que solo se revelan ante una mirada detenida. Como apunta un crítico,
“Las superficies monocromas... camuflan fondos a los que solo una mirada detenida nos invita a acceder; en último término, nos propone este artista valenciano una suerte de trueque: el del tiempo lento que él destinó a la creación por nuestra observación sin prisa.”En su proceso, Garcerá dedica meses a la investigación y experimentación antes de materializar las obras, que a menudo se concretan en un número reducido de piezas:
«Me paso más tiempo rompiendo que haciendo. Meses incluso sin producir una obra. Tiempo que dedico a la experimentación. Y cuando alcanzo unas conclusiones, estas se concretan en muy pocas obras...»En “83 centímetros”, título que alude a la distancia exacta entre sus ojos y el suelo al meditar, se advierte un interés por la frontera entre interior y exterior, por aquello que somos y lo que creemos ser:
“Mis ‘paisajes’ no son representaciones naturalistas, sino más bien cibernéticas que remiten a bodegones. Sus ‘exteriores’ son como maquetas que se conforman a través de elementos que suelen asociarse a las naturalezas muertas. Hay una dificultad para definir lo que es interior y exterior…”Estas obras, lejos de buscar el impacto inmediato, plantean un espacio de contemplación en el que la luz, las veladuras y los matices de la seda se despliegan lentamente ante el espectador. Garcerá invita a un encuentro íntimo, casi meditativo, en el que mirar es un acto de entrega:“Una incapacidad inevitable nos sitúa enfrentándonos a una pérdida continua, una pérdida en la que el que ve no puede más que aceptarse en una entrega que se desvanece y nace en cada instante.”En este conjunto, la pintura se convierte en una experiencia sensorial y temporal que resiste la velocidad y superficialidad contemporánea, defendiendo el valor de detenerse, mirar y permanecer.