Soy ese río: Cecilia Paredes
¿Qué río es esteque arrastra mitologías y espadas?Es inútil que duerma.Corre en el sueño, en el desierto, en un sótano.El río me arrebata y soy ese río.Jorge Luis Borges: «Heráclito»
Curadora: Ruth Auerbach
Para su primera exposición individual en Venezuela, Paredes extiende esta reflexión fundamentada en las leyes y conceptos de la naturaleza como un todo insondable, no solo del universo físico, sino además del prodigio de la vida y la existencia. Cada obra se presenta como una cartografía apócrifa y una metáfora visual que nos entrega el vasto archivo de su imaginario naturalista para así descubrir, en sus complejas composiciones, el nuestro también.
Soy ese río es el proyecto más reciente de Cecilia Paredes, destacada artista de origen peruano, cuyas prácticas multidisciplinarias reúnen una propuesta visual que se expresa a partir de diversas estrategias de producción, tales como el uso de impresiones digitales, bordados, tejidos, objetos encontrados, instalaciones y el performance registrado en fotografía.
La dimensión poética de su propuesta fusiona la representación terrenal de la naturaleza –fuente de historias sagradas y ancestrales– con la vasta iconografía del universo astral. Ya en sus primeras incursiones artísticas explora las intersecciones entre migración, cuerpo, protección y vulnerabilidad, según comenta el investigador Miguel López, quien agrega que el desplazamiento físico voluntario o no, marca no solo el territorio de lo geográfico, sino también el de lo emocional; la sensación de duelo pasa entonces por la necesidad de reconsiderar los marcos de identidad y readaptación del individuo.1 Un argumento que resuena con la obra producida por Paredes, quien abandona Perú en 1982 por razones políticas y reside durante 24 años en Costa Rica, donde desarrolla sus proyectos más significativos, para establecerse actualmente en Filadelfia.
I.
La exposición Soy ese río se configura en tres cuerpos de trabajo que, aunque distintos en sus procesos, se relacionan entre sí por sus contenidos. Un primer grupo de obras apela a Las inmensas preguntas celestes, epígrafe tomado del poeta peruano Antonio Cisneros. Consta de un repertorio de linos impresos con fragmentos de grabados y mapas antiguos, intervenidos con dibujos y textos bordados, que nos refieren a una especulación meditativa sobre el espacio celestial, la mitología, el descubrimiento y la astronomía. Del inmenso registro de imágenes atesoradas por la artista, emergen astros y estrellas, junto a la fantástica iconografía zodiacal, en diálogo con la naturaleza –flora y fauna– de un paisaje real o idealizado. Los textos y expresiones poéticas de varios autores incorporados al lienzo motivan en el espectador una invitación a repensar más allá de la imagen.
En estos extraños universos alegóricos se descubre el principio de la vida regido por el cosmos y el conocimiento. Mediante la yuxtaposición de mapas auténticos de diversos territorios y escenas orientales, europeas o mesoamericanas, mezcla sus narrativas y transgrede la óptica eurocentrista al cruzar códices mexicanos y contextos medievales, al representar al hombre del pavo real, la sirena y otras figuras antropozoomórficas de la mitología ancestral, a la rosa náutica o las ánforas occidentales sobre cartografías del Nuevo Mundo, configurando finalmente la idea de un otro atlas universal. En estos intrincados mapas alterados y reconfigurados por la artista, se resignifica una desconocida metáfora de la visión total del mundo, eludiendo la noción tradicional de los nacionalismos imperantes y creando relatos novedosos. En El Sol y la Luna, los astros, en su interpretación azteca, iluminan una escena pastoral francesa enfrentada a una operación de conquista costera donde los gigantescos animales –caimán, tortuga y pez alado–, así como las flores ficticias, protagonizan la exagerada visión europea de los mares del sur. Paraíso perdido despliega un planisferio celeste sobre el cual se sobreponen grabados de una exuberante vegetación y microorganismos en una celebración de la naturaleza que alude al comienzo de la vida. A manera de alegoría fabulada evoca una suerte de paraíso terrenal que nos recuerda la posibilidad de vivir de forma natural y alcanzar un nuevo humanismo más compasivo. Otras maneras de mirar el cielo, 2024, corresponde a un conjunto de piezas bordadas con cristales y perlas falsas que nos adentra en una densa constelación de estrellas fulgurantes que orbitan ante el objetivo de un telescopio. Es así como, entre el cielo y la tierra, las obras de Cecilia Paredes establecen un diálogo vital y la exégesis de una nueva narrativa cosmogónica.
II.
Los tejidos de los antiguos pueblos andinos, especialmente del Perú, fueron importantes artefactos culturales utilizados tanto en el intercambio como para transmitir la idiosincrasia distintiva de estos pueblos prehispánicos. Para Cecilia Paredes la construcción de sus mantos textiles ha sido un proceso personal que remite a la pérdida y a la reparación; en su hacer artesanal, desarrolla una aproximación singular a este importante legado, explorando aspectos estructurales del tejido y del uso de materiales encontrados.
En Tu huella es mi huella (2024) utiliza como recurso pedazos de seda recuperada de antiguas telas hindúes rasgadas y teñidas. Cada fragmento es cosido, uno junto al otro, en una secuencia tal como si fueran las páginas de un libro donde se relata el acontecer de nuestras existencias, el fluir del río, el paso del tiempo. Mientras que en Cuaderno de apuntes (2024), el manto se construye mediante tres capas superpuestas creando una urdimbre de tiras blancas y negras sobre la cual la artista articula una cartografía imaginaria y abstracta, conformada por líneas rojas que describen un mapa de referencias históricas y personales. A manera de bitácora de viaje, migración o exploración, ellas transitan, junto a los extractos de textos del revolucionario Galileo, el transcurrir temporal y las intersecciones de la vida.
III.
El primer performance registrado en fotografía realizado por Cecilia Paredes se remonta al año 2000. Desde entonces y mediante de una reflexiva indagación cultural, la artista se vale de su propio cuerpo como contenedor físico y soporte recurrente donde, a partir de diversos procesos artísticos, se fusiona con el entorno natural, logrando una notable transformación camaleónica. El uso de su anatomía desnuda, como herramienta y estrategia de representación, simboliza también un altar de autoafirmaciones femeninas que se apropia de diferentes identidades zoomórficas mutando en animales comunes, como se percibe en las obras Armadillo (2002), Manos de pulpo (2002) o Papagayo (2005), para lograr imágenes que alcanzan connotaciones míticas y ancestrales. Más adelante, el corpus performático avanza camuflajeado hacia otra temática, mimetizándose en un mundo paradisíaco de paisajes florales y mariposas. Estas piezas, suerte de autorretratos iniciada en 2004, recrean además –citando a Susan Sontag–, una sensible erótica del arte. En estos registros, la acción pictórica-corporal-fotográfica desafía el ilusionismo al fundirse con los motivos barrocos y ornamentales del papel tapiz o de las telas homónimas que utiliza como fondo.
En su actual exposición, los «fotoperformances» avanzan hacia una frontalidad ahora desviada de artificios y quimeras; nos remiten a un tiempo de madurez y sosiego dando continuidad a sus obras anteriores, y relacionándose reflexivamente con la naturaleza, el futuro y el conocimiento. En la búsqueda de escenarios clausurados y desocupados, Paredes descubre una fábrica de textiles abandonada y vaciada, espacio idóneo para realizar la operación performática de estas producciones ejecutadas en un lapso brevísimo. Allí, los materiales encontrados –retazos de tejidos descartados y materia vegetal– se transmutan en el vestuario idóneo para activar estas ceremonias femeninas que accionan la imaginación y reevaluar una interpretación más sensible del ritual de la vida. El encuentro, La testigo y La hilandera, todas de 2021, registran perturbadoras disposiciones en el espacio vacío, desvencijado y arruinado; parecieran no abarcar un tiempo determinado, por tanto, pueden rememorar –hipotéticamente– un pasado malogrado y fracasado como también un maravilloso futuro post-humanista, desafiando lo natural versus lo artificial, lo biológico versus lo mecánico, ¿incluso la ilusión controlada por la Matrix, tal vez?
La exposición Soy ese río pareciera entonces cuestionar la responsabilidad que tenemos para con los entornos amenazados, operando como un recordatorio de nuestra innegable trascendencia en el planeta. Es por obras como La reparación, 2021, y De tu botánica calma, 2022, que las creaciones de Cecilia Paredes operan como poderosas declaraciones de fe que llaman a la expiación, a la rehabilitación, a la conciencia, la memoria y la historia, rindiendo homenaje a las relaciones humanas con la naturaleza.
Ruth Auerbach
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Cecilia Paredes, Universo terrenal, 2024
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Cecilia Paredes, Sol y luna, 2024
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Cecilia Paredes, Tu huella es mi huella, 2024
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Cecilia Paredes, Rosetta, 2024
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Cecilia Paredes, Rosa náutica, 2024
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Cecilia Paredes, Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca, 2022
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Cecilia Paredes, Paraíso perdido, 2024
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Cecilia Paredes, Otras maneras de mirar el cielo, 2023
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Cecilia Paredes, Las sirenas, 2022
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Cecilia Paredes, La reparación, 2021
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Cecilia Paredes, La hilandera, 2019
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Cecilia Paredes, Guardianes de la selva yéndose al cielo, 2023
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Artishock - Revista de arte contemporaneoArtishock, Artículo, Julio 18, 2024 -
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