Traslaciones II: Isabel Cisneros
Este proyecto- explica Isabel- surge de mi interés por seguir experimentando con técnicas textiles. Empecé a manipular manuales, y por esas coincidencias, me llegó un lote grande de patrones de costura. Esos materiales me llevaron a poner más atención en las proyecciones del cuerpo dibujadas en esos patrones, los recuerdos que todos tenemos de algún familiar trabajando con ellos, la calidad y el desgaste de esos papeles, y todo ello me fue llevando a consolidar esa investigación.
Curadora: Lorena González Inneco
En nuestro volátil presente, los episodios de la vida colectiva e individual se han visto alterados por inesperados componentes estructurales. Desde hace dos años y repentinamente, todas las relaciones comenzaron a girar en torno a las vulnerabilidades de un mundo en pandemia que ha establecido nuevas cartografías, dentro y fuera de los diversos acontecimientos que experimentan las sociedades en nuestro contexto actual. Los últimos períodos del siglo XXI han dictaminado una sensación continua de pérdidas, un agobio indescifrable, una desorientación constante del tiempo y el espacio; y aunque en ocasiones pareciera que vivimos ante la tachadura persistente de cualquier esfuerzo o avance, también esta zona de incertidumbre nos lleva a encontramos con el ímpetu de lo humano, voluntades que desde la creatividad son capaces de avivar los pasos para reconstruir una mirada distinta, una nueva posibilidad.
En esta delicada brecha resalta la obra de la artista Isabel Cisneros. Su proyecto Traslaciones fue un amplio conjunto que inauguró a finales del 2019, como resultado de un proceso de investigación en torno a referentes y dinámicas de elaboración relacionadas con las vitalidades ocultas de los elementos, pulsión que siempre ha estado en las diversas estrategias visuales abordadas por esta creadora desde sus inicios en el arte contemporáneo. En este caso especial, la artista se enfrentaba a los ritmos vigorosos de un archivo de patrones de costura que le habían donado, decidida a manipular y profundizar en las intrincadas cadencias de estos frágiles documentos como el núcleo central para este nuevo cuerpo de trabajo. La donación de los patrones creaba un extraño campo de revelaciones, pues al tiempo que los elementos se conectaban con las secuencias perceptivas que le han acompañado en los territorios de la creación—los textiles, el material de desecho, las tramas de la costura o la tridimensionalidad inédita de elementos olvidados—, de algún modo esta materia plena de historias también se volvía una veladura errante, elucubraciones de una narrativa probable, de un tiempo otro que emulsionaba en un documento ambiguo y ajeno.
Pero toda esta aventura generó un envolvente campo de obras y reflexiones que en su primera edición recorrió todos los espacios del Centro Cultural BOD. Con el pasar de los meses la puesta en escena se vio afectada por la alarma mundial y el cerrado confinamiento que las primeras noticias sobre el Covid 19 instauraron en nuestras sociedades durante varios meses. Suspensa, la exhibición permaneció en las salas hasta que finalmente se desmontó. En aquella oportunidad destaqué en mi texto curatorial la aparición de formas inesperadas a partir del diálogo entre la artista y los materiales utilizados, una columna vertebral que de manera insospechada encontró sus propios sonidos: afluencias de la materia, remociones, mudanzas; trazas medulares que se abrían campo por entre las líneas evanescentes de un patrón de costura que al tiempo que agolpaba en sus proyecciones las posibilidades infinitas de la apariencia, era capaz de contener, tras la fachada de lo conocido, todas las marcas posibles de lo que no vemos. De este modo los volúmenes se llenaron de partidas, transferencias y regresos; y las ausencias que allí subsistían iniciaron el levantamiento de otras dimensiones del material, silueteando las estrías de un retorno que se transformó en objetos modulares plenos de transparencia y opacidad, superpuestos o desplegados bajo los caminos orgánicos del consenso, la opresión o la discrepancia de los fragmentos.
Para Cisneros, los patrones le habían llevado de algún modo a la inmersión en su propio epigrama personal y al observar esas cartografías trepidantes de quietud con las que había trabajado por más de dos años, encontró e hizo visible un panorama en el que se desplazaban de alguna manera todas las formas posibles de un cuerpo textil que nos envuelve y abriga en algún momento de nuestra historia o de la historia de toda una sociedad. Y fue así como ella y los espectadores se descubrían en la contemplación de cada pieza, conformados por las extensiones de muchos patrones imperceptibles y evanescentes que en el transcurso del tiempo han pespunteado las dimensiones del propio cuerpo en vida.
Hoy, Beatriz Gil Galería, abre sus espacios para que exhibamos una nueva edición de esta muestra que muchos no pudieron visitar. Se abre al entorno expositivo en un contexto diferente y las obras se reestructuran ante inéditas espacialidades; aunque en la actualidad seguimos transitando un mundo en pandemia, un mayor rango de discernimiento social cursa frente a la incertidumbre y avances científicos han logrado trazar pequeños entornos de bioseguridad. Sin embargo, al volver la mirada sobre estas obras, descubrimos un ignorado eco que en aquel momento tal vez dejamos pasar por alto, un enunciado que los sonidos de ese papel nos presentaban con contundencia y que no atendimos: allí, en cada una de las obras, estaban las proyecciones de un cuerpo humano que ya empezaba a narrarse con melancolía frente a las imposibilidades, angustias y temores de ese contacto físico que el mundo posterior nos ha instaurado.
Es por ello que hemos aceptado el reto de esta nueva edición, una extraña itinerancia al tiempo cercana y distante, que surge en el soplo de contextos particulares como el que vivimos, y que ahora traza con ahínco la aparición de reflexiones que requieren volver a ser escuchadas. Traslaciones es un cuerpo de obras que nos habla de las variaciones de la materia como evocación de lo corpóreo, formas mutables de una memoria flexible que nos captura y nos conforma, propiciando en la mirada del cuerpo físico que las observa el detenimiento contra la mudanza permanente del mundo, la vida y el tiempo. Frente a las variaciones de este ciclo constante de presencias y deserciones que vivimos, y en espacios vertiginosos donde la vida y las señales sensibles huyen a través de veloces transformaciones globales, locales, virtuales y presenciales imposibles de atrapar, la artista ha levantado los acordes vinculantes de una partitura profunda, a un tiempo breve y trascendental: la manifestación de la obra de arte como el reflejo único de un susurro imposible.
Lorena González Inneco
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