125 Flores: Corina Briceño
Curaduría: Lorena González Inneco
Una noticia en la prensa nacional hace varios años sobre un elevado número de muertes al cierre de un fin de semana, desataron el curso de una nueva investigación plástica para la artista Corina Briceño. En aquella oportunidad, ese número que alcanzaba alrededor de los 390 fallecidos y que ya se ha vuelto una marca de lo que recientemente ha colocado a nuestra Caracas en la catalogación de "la ciudad más violenta del mundo", hilvanó un nudo de nuevos procesos en el trabajo de esta creadora de amplia trayectoria. Los primeros pasos fueron extraños y duros: rostros, nombres, acontecimientos, tachaduras y sombras de aquellos desaparecidos que flotaban en el olvido cotidiano de la cifra. Luego vino el receso y la distancia obligatoria que requiere la impotencia y el dolor frente al volumen indescifrable del irrespeto a la vida. El tiempo construyó otros recorridos. Llegó el silencio y con él los prolíficos vericuetos que reveló el propio cuerpo de la artista en sus recorridos habituales. La necesidad de relatar, de nombrar, de darle forma a aquella preocupación continuaba allí, buscando su espacio, labrando las aristas de un intervalo decisivo. Fue así como el tránsito diario que realizaba desde su casa ubicada en el sureste de la ciudad hasta el instituto donde dicta clases al oeste, comenzaron a brindar las claves de esa imperante traducción. Las imágenes fotográficas surgieron desde aquel movimiento mediante el cual atravesaba casi de punta a punta el extraño y querido territorio en guerra. Allí se propagaron las esquinas, los símbolos, las ampliaciones, los monumentos y los abandonos junto a los vastos y minúsculos espacios sensibles de una capital en riesgo constante. A la textura pictórica de lo fotográfico las impresiones sobre tela demandaron una nueva presencia: las flores. Para Corina Briceño cada una de estas flores que posteriormente pinta sobre las melancolías de la taciturna imagen urbana, son de algún modo una exhalación, una deferencia, un recordatorio de la muerte y de la vida; reflexión y crítica ante las dolientes transformaciones de ese paisaje en ebullición. En este caso las piezas se distancian del ritmo vertiginoso mediante el cuál crecen los dígitos fatales de los caídos, para volverse una acción poética hilvanada en un tiempo doble: por un lado, el homenaje a todos aquellos que han perecido en las violentas falanges de una ciudad fracturada; en el fondo y a contrapunto, el reflejo de un silencio detenido que murmura desde la imagen, para no olvidar aquello que nunca debió suceder.
Lorena González Inneco
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