El Otro, El Mismo: José Vívenes
Curaduría: Federica Palomero
Poco se diría de José Vivenes al simplemente relacionarlo con el expresionismo. Sobre todo si tomamos en cuenta que en años recientes ha surgido en Venezuela, al amparo de esta tendencia, una pintura estridente y efectista que busca ocultar su vaciedad bajo gruesas capas de pigmento y grandes formatos. Este no es el caso de Vivenes; al contrario, su arte llega a ser profundamente conmovedor, al prolongar la tradición del mejor humanismo. Y no nos referimos tan sólo a aquellos personajes que ya han poblado su obra, a esos retratos de seres cuya mirada no nos suelta, sino a los marcos de maderas recogidas, a los objetos tejidos, a los estudios de sillas vacías….
Tanto la imaginería como los recursos formales de José Vivenes crean un universo íntimo, pero no encerrado, pues desde su misma fragilidad logra comunicar con aquel que lo contempla, logra suscitar una empatía en la que se comparten sentimientos de nostalgia, melancolía y afecto, aunque persista cierta inquietud, o incomodidad, porque también hay algo ahí que no podemos definir y se nos escapa, algún misterio al que no tendremos acceso nunca y que mantiene en vilo el deseo.
Lo propio y lo ajeno: éstas podrían ser las dos vertientes del lenguaje de Vivenes. En este sentido, es revelador observar las fotografías –las de cualquier álbum de familia- que toma el artista (niños, ancianos, personajes posando sonrientes…) y su metamorfosis en retratos perturbadores en los que tal vez surge un lado oscuro escondido tras la cotidianidad, la familiaridad de la fotografía aficionada. Ya en la pintura, esos mismos seres se nos antojan desvalidos, solitarios aunque estén en pareja o en pequeños grupos. Ahora son diferentes. Y la diferencia, mientras atrae, también enajena. Y cuando el artista se inspira en las muñecas de Reverón, crece la atracción, y más aún crece la enajenación, pues ya se encontraban presentes en los modelos.
De repente surge del fondo de una obra –esos fondos convencionales que le restan cualquier entorno conocido a los personajes- un rostro que bien podría ser visto en un espejo, bien podría ser una pintura dentro de la pintura: ambigüedad espacial que revela a otras más complejas. Aquel que en el espejo se refleja puede ser uno mismo, o alguien que está a nuestro lado: semejanza. O reafirmación de otredad si el retratado es uno de los seres que habitan la pintura.
La pregunta de quienes son se transforma en otra: ¿quiénes somos? Y la respuesta queda postergada, o detenida en el pasado. En cualquier caso, como inalcanzable en el presente.
El artista no sólo transforma los seres, sino las cosas. Vive cerca de la playa, ahí donde recoge materia prima para sus marcos y otros ensamblajes: desvencijadas maderas que antes conformaron objetos, que ya son ruinas, vestigios, y que pasarán a ser obras de arte. Esta “estética del deterioro” que cultiva Vivenes va más allá de una seducción visual y táctil tal vez algo perversa; nos habla del paso del tiempo sobre las cosas –sobre nosotros mismos- y de los trabajos de la memoria, necesarios y dolorosos. Otra vez aparece el recuerdo de Reverón en las ”sillas” (en las que uno no puede sentarse) y otros enseres, tan inútiles como todos los objetos creados para el Castillete: un homenaje discreto a través del cual un joven artista se inscribe en la mejor tradición del arte nacional, pero también afirma su propio quehacer, en un lento trabajo de buscar y acumular esos retazos, de pegar, ensamblar, tejer con paciencia de artesano y otorgar un destino a todo aquello que ya era casi nada.
Ahora Vivenes ha agregado a su iconografía un registro de sillas, desde las banales de las cocinas hasta las sofisticadas de diseño. Sillas que cuentan nuestra historia en ausencia, y en este sentido, si bien buscan de cierta manera aportar algo de objetividad (no sólo por ser objetos sino por ser estudiadas como estructuras racionales), no dejan de participar de una visión del mundo ante todo afectiva, algo elusiva, en el que no existen certezas (el artista anota, escribe, pero aquello escrito queda tachado, rayado, ilegible) sino aquella de la capacidad del mejor arte de ser pregunta más que afirmación.
Federica Palomero
Febrero 2009