Mujeres: Astolfo Funes
Curaduría: Bélgica Rodríguez
El tema de Astolfo Funes son “mujeres”. Pero es, en realidad, lo “femenino” como expresión de un universo que pertenece al ser humano, lo que le apasiona. Ese “femenino-paisaje-humano” viene a él, humilde, provocador y provocativo, desafiante, como lo ha sido siempre. Aquí está, en cualquier esquina, esperando que tu brocha gorda devore el paraíso de brillantes lajas de mármoles sin débiles hermosuras. Las mujeres de Funes son concepto y forma, son temas subterráneos que afloran en extraordinario resplandor de colores encerrado en grandes trazos negros. El rostro en primer plano de una de sus series actuales, acusa cambios desde el inicio de esta primera década. Rostro que emerge desde el fondo de la tela para adentrarse en la vida personal del espectador, diciéndole te pareces a mí, eres como yo, mientras que el sentimiento individualista se manifiesta exagerado en sus propias conexiones con afectos y emociones.
Resulta difícil ubicar la pintura de Funes en un nicho estanco, incluso en relación al arte venezolano. Lo que si es necesario enfatizar son sus cualidades expresivas en cuanto a la distorsión de la imagen, que por cierto se localiza en la producción artística de otros períodos. Por ejemplo los retratos de Fayum, la escultura africana, el expresionismo alemán, los fauvistas y más contemporáneamente la neofiguración de Francis Bacón, los nuevos salvajes, hasta llegar a América Latina con José Luis Cuevas y Jacobo Borges, la referencia nacional más inmediata. Pero, Funes, sin duda alguna, se acerca a sí mismo, a su interés en el entorno, siendo, entonces, su mirada creadora, la de un observador de la naturaleza humana cuando juega a la incertidumbre de la imagen misma, planteándose si ésta pertenece a un registro mental o, por el contrario, a una representación física del universo que le rodea. En este sentido, el artista, en lo formal, asume varios polos expresivos.
Por un lado, la imagen convulsa y los objetos que la rodean, por otro, la ferocidad cromática que coadyuva a añadir aún más tensión visual a la huella dinámica que pronuncia el grafiti-dibujo, dejando marcas que ordenan el discurso expresivo de la superficie de la obra, sea ésta realizada sobre tela o papel, y que ubica la forma figurativa en un espacio simbólico de paisaje humano.
La pintura de Astolfo Funes siempre ha sido altamente intelectual, sin que pese que en ella puedan reconocerse personajes y situaciones, muchas veces confundidas con escenas de alta sordidez, y no percibidos aquellos como “retratos” de sentimientos y mundos interiores. La suya es una obra donde se amalgama el contenido con el continente, es decir lo formal define el concepto y viceversa. No podría Funes, expresar su tema sin una técnica altamente expresionista en dibujo y en color.
Desde el punto de vista de la estructura plástica, plantea una estética de atmósferas visuales en conflicto, color con línea, forma figurativa con forma abstracta, configuración espacial en movimiento con planos cromáticos estáticos, en asociaciones concretas, formal y conceptual. Para lograr esta estructura, adopta procedimientos técnicos complejos que abarcan el dibujo, el grafismo, el trazo gestual, la línea recta y curva en circunvalaciones, hasta configurar una imagen figurativa concreta en su espacialidad pictórica a partir de manchas, segmentos, parcialidades cromáticas y la importante relación figura-fondo.
El proceso de la pintura de Funes ha comportado continuidad homogénea desde sus inicios. En esa época se destacó por una impronta cromática definitoria de los elementos figurativos dominantes sobre la superficie pictórica, saturada en modulaciones y valores. En el transcurso del proceso creador, ha ido cambiando de aquellas situaciones plásticas dominadas por el horror al vacío, hacia la depuración de los elementos formales, sin abandonar la temática característica de su obra. En la última serie, trabaja la imagen desde el fondo blanco del soporte, que por ser precisamente de un blanco particular, tiene el mismo valor de intensidad cromática que los rojos, verdes o azules. Fascinado por esas imágenes, agresivas y particulares, el espectador buscará, como en el espejo, la suya propia. Tal vez encontrará una presencia más intelectual que física, partiendo de la premisa de que la pintura de Funes, como establecimos al principio, es altamente intelectual.
Astolfo Funes mira y hace mirar a esas figuras femeninas, a los retratos que conversan, y en este proceso les infunde una gran ternura. Paradójicamente, la boca torcida, mal pintada, las piernas cruzadas, los brazos que caen con desgano, los grandes ojos de honda negritud, no expresan universos deshilachados. Todo lo contrario. Es el espacio de la ternura, de antiguos perfumes de mujer, del deslumbramiento entre las sombras y un dulce resplandor. Posiblemente sea esto la esencialidad de lo real e imaginario del hombre contemporáneo.
Bélgica Rodríguez