Picar la torta: Manuela Zárate
¿Y ahora cómo van a hacer pa’ picar la torta?Dj titan music x Sibilino
I.
En nuestro país, la cerámica como manifestación plástica asentó sus fundamentos desde mediados del siglo XX, alcanzando un gran esplendor como disciplina artística en el período de los años setenta y ochenta, para ir declinando su actividad, gradualmente, al inicio del nuevo milenio. Si bien en las últimas dos décadas hemos presenciado –por motivos y variables diversas– un inminente vacío en la producción y exhibición del género, podemos afirmar que esta disciplina había logrado propiciar un sólido movimiento cerámico contemporáneo en Venezuela. Con gran voluntad de renovación y creación, se impuso como un medio autónomo de expresión en el contexto de nuestras artes visuales.1
En la actualidad, un apreciable grupo de creadores emergentes coinciden en elegir el uso de la cerámica como materia apropiada, susceptible para expresar inéditas narrativas relacionadas con su medio ambiente y con sus preocupaciones vitales. Presenciamos así un proceso de recuperación de esta tradición, centrándose ahora su interés en el encuentro y cruce de tendencias figurativas, geométricas y populares. Temas como la naturaleza, la ecología, el territorio, lo fantástico, las mitologías y hasta lo surreal, así como el revisionismo y la indagación historiográfica sobre los ceramistas más significativos que abrazaron esta práctica, dan lugar a una producción híbrida que resulta, no solo de las referencias modernas, sino también del saber ancestral. La tradición cerámica ha dado paso a un amplio y actualizado abanico de posibilidades de la materia quemada, para incorporar la aplicación del diseño, el dibujo y la pintura como parte constitutiva o como soporte estructural en correspondencia con la cultura visual.
II.
La actual propuesta cerámica de Manuela Zárate (1994) se concibe a partir de narrativas y relatos que trazan nuevas configuraciones formales, las cuales problematizan y cuestionan argumentos recurrentes de la cultura social venezolana: los iconos populares, los estereotipos humanos, la identidad, la historia y el territorio, vistos bajo una óptica particular. Su trabajo traspasa los límites del material para tornarse en objeto escultórico de inmensa expresividad y estética bizarra; en cada planteamiento, humor y sátira se traducen en un sistema de significantes simbólicos que hacen de su quehacer un proyecto singular. El archivo de imágenes y representaciones acumulados por la investigación acuciosa y una curiosidad desbordada quedan impresos en su subconsciente para manifestarse en novedosas estrategias formales y contenidos temáticos, ahora afectados por un presente incierto. Como toda obra que trasciende, la suya emerge ingeniosamente como un manifiesto político y una postura crítica a su entorno y a las demostraciones neocolonialistas.
Ya desde su experiencia académica y posteriormente en su primera muestra individual, El guiso (Abra Caracas, 2021), su planteamiento manifiesta un especial interés por explorar las civilizaciones primigenias latinoamericanas, el influjo de la conquista y los discursos fundacionales del nuevo mundo en la cultura contemporánea venezolana. Configura así una indagación que desde su perspectiva revisa y examina temas transversales sobre nuestro imaginario de riqueza, exuberancia caribeña y territorio salvaje. “La investigación –comenta Manuela– me ha llevado a crear una relación de múltiples recursos simbólicos y plásticos para desarrollar propuestas que reflexionen sobre las complejas hibridaciones culturales y los desafíos que estas implican para el desarrollo de nuestros países, comunidades, familias e individualidades.”
III.
La exposición titulada Picar la torta, se configura a partir de un amplio repertorio de objetos cerámicos y pinturas al óleo, cuya puesta en escena se constituye en una metáfora formal y “divertida” que describe la cotidianidad y la manera como la artista percibe su realidad. La instalación representa una fiesta de cumpleaños típica en una casa popular, desplazada ahora al cubo blanco de la galería, espacio idealizado donde se ensamblan los elementos y personajes distintivos de la celebración. ¿Es esta una analogía del país? ¿El correlato que permite reconocerse en la dualidad entre la fiesta perpetua y la tragedia, entre las costumbres populares y las adquiridas, entre la abundancia y la precariedad? En Picar la torta subyace un comentario mordaz referido a la repartición indiscriminada de nuestro territorio y sus recursos naturales, de una economía volátil y de una cultura antropofágica, dominada por las estructuras de poder. Entre dulces y pasapalos tradicionales, dispuestos en la mesa, se eleva “la torta”, una escultura que ostenta en su superficie un edulcorado mapa de Venezuela y, en su contorno, escenas del paisaje local y de los pozos petroleros. La paleta tricolor del interior del bizcocho, así como de la infalible piñata-mapa –desmembrada de la región del Esequibo–, remiten al deplorable y fantasioso quiebre del sentido de lo nacional. El día de la inauguración, Manuela picará una torta auténtica entre los visitantes a la muestra desencadenando una acción performática con un desenlace imprevisible y aleatorio.
Modeladas, torneadas o elaboradas en placas de gres y cubiertas con esmaltes diversos, el conjunto de piezas autónomas que conforman la exhibición se articula idealmente entre la noción amplia de territorio y la cotidianidad del entorno doméstico. Allí coexisten entidades fantásticas y apócrifas en forma de mujeres, vírgenes, vasijas y figuras zoomórficas, con los murales y móviles que representan el universo cósmico y el natural. Asimismo, las pinturas de breves pinceladas y deslumbrante cromatismo se despliegan en el espacio como telones de fondo, al incorporar la sublime flora y la espesura del paisaje al ámbito doméstico.
Tendencialmente atípica y de sensorialidad extrema, la obra de Manuela Zárate nos orienta a relacionarla con un “conceptualismo fantástico” –si eso es posible–, que busca su sentido especulativo en cada nuevo ensayo.
Ruth Auerbach
Agosto 2024
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