Por Ruth Auerbach | Curadora
I.
En nuestro país, la cerámica como manifestación plástica asentó sus fundamentos desde mediados del siglo XX, alcanzando un gran esplendor como disciplina artística en el período de los años setenta y ochenta, para ir declinando su actividad, gradualmente, al inicio del nuevo milenio.
Si bien en las últimas dos décadas hemos presenciado –por motivos y variables diversas– un inminente vacío en la producción y exhibición del género, podemos afirmar que esta disciplina había logrado propiciar un sólido movimiento cerámico contemporáneo en Venezuela. Con gran voluntad de renovación y creación, se impuso como un medio autónomo de expresión en el contexto de nuestras artes visuales.1
En la actualidad, un apreciable grupo de creadores emergentes coinciden en elegir el uso de la cerámica como materia apropiada, susceptible para expresar inéditas narrativas relacionadas con su medio ambiente y con sus preocupaciones vitales. Presenciamos así un proceso de recuperación de esta tradición, centrándose ahora su interés en el encuentro y cruce de tendencias figurativas, geométricas y populares.
Temas como la naturaleza, la ecología, el territorio, lo fantástico, las mitologías y hasta lo surreal, así como el revisionismo y la indagación historiográfica sobre los ceramistas más significativos que abrazaron esta práctica, dan lugar a una producción híbrida que resulta, no solo de las referencias modernas, sino también del saber ancestral.
La tradición cerámica ha dado paso a un amplio y actualizado abanico de posibilidades de la materia quemada para incorporar la aplicación del diseño, el dibujo y la pintura como parte constitutiva o como soporte estructural en correspondencia con la cultura visual...