Rafael Arteaga pertenece a una generación reciente de creadores que asume la tradición de la pintura figurativa, trazando nuevos interrogantes sobre los límites de la representación y la cultura visual. Su práctica desafía la exploración subjetiva de la imagen y deriva en una resignificación discursiva vinculada al culto a la memoria, la capacidad evocadora del recuerdo y, a una iconografía popular como argumentos para la construcción de potenciales narrativas.